Por­: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

E.Mail.: saulherrera.h@gmail.com

Divorciada se percibe la relación entre cultura y política, como también entre ciudadanos y políticos. Se nota recelo, desconfianza, incredulidad, incertidumbre, rencor, encono y perplejidad, entre otros aspectos, por parte de la comunidad toda, generada por causas y motivos, tanto diversos como complejos, que sería interminable referir. De la misma manera, y no es invención, existe una clara desvinculación entre ética y servicio público. Hay sin duda una merma evidente del buen entendimiento. Todo está maleado por la mentira y el engaño. Todo se encuentra desprendido de la realidad, lo que es lamentable a todas luces.

No vemos civilidad, solo palabras viciadas. Por los hechos que vivimos, y ojalá me equivoque, lejos muy lejos estamos de poder ser testigos de un diálogo renovador, comprensible, respetable, honesto, decente, honorable, digno y racional, lo que obliga que como ciudadanos hagamos todo lo que esté a nuestro alcance, empezando por el sentido de pertenencia, por no seguir equivocándonos al elegir, camino a consolidar la posibilidad de una mejor esperanza y un superior porvenir e integral progreso colmado de bienestar general para todos; al igual que sentarnos a hablar de principios y valores para ejercer el poder, que aparezcan sin engaños las buenas intenciones y la voluntad para conducirnos de manera congruente, en contexto de virtudes reflejadas en acciones, buena conducta, decisiones adecuadas, acertadas y asertivas.

Requerimos de planteamientos legítimos y verdades que le den sustento a lo importante, prioritario y urgente que demandamos como sociedad. Que todo sea perceptible en lo bueno mejor y superior. Que cabalguemos raudos sobre el lomo de una democracia social. Que concibamos como soluciones duraderas. Que estabilidad y unidad sean verdad real. Es claro que no podemos seguir desgastándonos como departamento en asuntos de suyo despreciables y francamente deplorables que no resisten el más mínimo análisis por su incongruencia y la falta absolutas de buenas ideas, lo que amerita emprender más volando que corriendo un muy serio ejercicio de participación democrática activa en todos sus niveles.

Hay muchas maneras de hacerlo, de convencer, de aplicar nuevos y válidos derroteros. Dejar atrás la rutina, los lugares comunes, lo poco edificante, lo que nada construye, y asumir como ciudadanía y comunidad los postulados mejores que nos saquen del marasmo absurdo en que nos encontramos. Es soportarnos en ideas políticas sanas, útiles, vigentes que se toquen en lo fundamental, como lo propuso en su momento Álvaro Gómez Hurtado, sin regateo y aceptado por todos, uno de nuestros más lúcidos, informados, sustanciales, soportados y preclaros dirigentes políticos. *Abogado. Especializado en Gestión Pública

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