Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*

E.Mail.: saulherrera.h@gmail.com

El “viejo” en las tradiciones y estructuras políticas de antaño era respetado, prestigioso, se le sumaba poder y liderazgo. La gerontocracia funcionaba soportada en su gobernanza en la experiencia y sabiduría ejercidas por los denominados consejos de ancianos, que orientaban, guiaban, aconsejaban, buscaban convivencia, equilibro y armonía en la comunidad. En algunas organizaciones actuales, en distintas partes del orbe siguen funcionando los consejos de ancianos como instituciones de honor y prestigio, fundamentales en la salvaguarda de la ética, costumbres y tradiciones comunitarias. Es la experiencia funcionando.

Valor importante también tiene en esto el arrojo, frescura, ímpetu y energía de la juventud. Importando en consecuencia, la presencia en los gobiernos de unos y otros, ya que interesa en todo lo cual, esto es en el manejo gubernamental, la osadía en algunos casos, como igualmente la humildad para acoger los consejos para definir mejores rumbos. Los gobernantes prudentes deben tomar el consejo de muchos; y, después de estudiar, analizar y compendiar, avanzar con el parecer de pocos. No debe contentarse el mandatario que fuere tener consigo muchos sabios, sino visitar a otros y aconsejarse con ellos. Vale mucho el gobernante anciano rodeado del ímpetu de la juventud, como el gobernante joven aconsejado por sabios ancianos.

Más allá de lo cual, en cuenta debe tenerse que estamos cansados de promesas huecas, de palabras vacías. De irrealidades e irrealizaciones. Necesitados estanos en manera importante y urgente, de un ejército de estadistas que bien aconsejen y no gobernantes cada vez más autoritarios, demagogos e ineficaces. Fácil a todas luces defender los derechos de quienes piensan igual que nosotros. Defender los de quienes piensan distinto, ese es el desafío del verdadero demócrata. Ojalá nuestros pobladores y nuestros pueblos tengan la sabiduría para elegir gobernantes a quienes no les quede para nada grande, como hoy vemos y sufrimos, la investidura de la democracia.

Esa que se nos dice en contexto de modernidad, como aquella que se define en realidad por la libre elección de los dirigentes y no por el carácter «popular» de la política realizada. Hoy en día es más frecuente definir la democracia en función de aquello de lo cual libera la arbitrariedad, el culto de la personalidad o el reinado de la nomenclatura, que teniendo en cuenta lo que construye o las fuerzas sociales en las que se apoya. No podemos dejar de recordar que movimientos populares, tras derribar a antiguos regímenes, han dado origen a sistemas totalitarios que practican el terrorismo de Estado. Como ciudadanos tenemos en nuestras manos un arma poderosa para destruir o fortalecer la democracia: el voto; de ahí la necesidad, imperiosa por demás, de no equivocarnos más, de escoger ben a quienes vamos a elegir, de lo contrario, seguiremos siendo cómplices y obsecuentes con nuestros propios verdugos, lo que sería inadmisibles a estas alturas. Amanecerá y veremos si capaces somos de superarnos y cambiar por fin lo malo por lo bueno, menor y superior.

 *Abogado. Especializado en Gestión Pública.

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