Por: Iván Gallo*
Todo aquel que haya pretendido ser un rockero ha sido un admirador de Rimbaud. Acaso sin saberlo, sin leerlo. El vaho de la libertad que trae la poesía lo impuso este, el verdadero Niño Terrible. A los 16 años ya había sentado en sus rodillas a la belleza y la había injuriado. Era luciferino no porque perdiera el tiempo haciendole altares a ángeles caídos sino por provocador. Hizo lo que quizo. El mundo es para los bellos, para los jóvenes. Para los malvados. El primer gran poeta que creyó en él fue Verlaine. El miserable Verlaine. Rimbaud tenía 15 años cuando empezó a enviarle algunos poemas vía correo, desde el remoto pueblo de Charleville. En París todos sabían quien era Verlaine. Nadie había escuchado de Rimbaud. Su mentor se enamoró perdidamente de su rabia. De su genio. A los 15 años podía escribir estas blasfemias
De los galos tengo la idolatría y la pasión del sacrilegio; oh! Todos los vicios, cólera, lujuria, magnífica, la lujuria; sobre todo la mentira y la pereza
Así que cuando el pobre Verlaine lo fue a esperar a la estación ya sabía a qué luz se exponía. Tenía consigo su roída maleta, en ella dos mudas de ropa y un poema largo, que tituló El barco ebrio. Tenía varias vidas encima. Su locura por caminar le había costado caro. Una vez caminó sin parar doscientos kilómetros. Las paredes del estómago se le desprendieron. La dolencia le duró toda su breve vida. Últimamente he visto que en redes sociales han querido, a punta de Inteligencia Artificial, meter la fake news que se descubrió una nueva foto de Rimbaud. La verdad tenemos sólo cuatro fotos. La más famosa fue la que tomó Etienne Carjat. Hay otras en su periplo africano. Se ve borroso, los rasgos de su cara son indefinibles, como sus propios pasos cuando decide dejar la poesía por convertirse en comerciante en el durísimo Saer.
Tenemos un retrato escrito por Verlaine, aparece en su obra, Los poetas malditos. No he leído este libro, lo cito porque lo encontré en un artículo extraordinario publicado en la revista El Gatopardo, escrito por Jessica Martínez Suárez, y ahí viene la descripción que hace Verlaine de su amado: “Su rostro tiene el óvalo de un ángel desterrado, los peinados cabellos eran de un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante”. Nada de eso podemos ver en la foto de Carjat. La fotografía apenas se había inventado.
La relación de Verlaine y Rimbaud no fue tóxica sino terrorífica. La pobre esposa Mathilde Mauté fue descubriendo en su fogoso marido la mirada de amor que le dispendiaba al adolescente. Verlaine era veinte años mayor que el autor de Una temporada en el infierno y si este accedió a complacer la lujuria del viejo poeta fue más por pura ausencia de moral que por algún deseo sexual. Igual Rimbaud tenía 18 años cuando Verlaine, hastiado de la mentira, le propuso que dejaran París para fugarse a Londres. Allí vivieron dos años. Rimbaud terminó hastiado de tanto amor. Dejó a Verlaine sin remordimientos, sin mirar para atrás. Además, en ese periodo, ya había concluido su pasión por la literatura. Ya había bramado lo siguiente:
He llegado a borrar en mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría. Para estrangularla, he ensayado la acometida de la bestia feroz.
Una de sus más destacadas admiradoras, Patti Smith, dice que este muchacho es el padre del punk. Yo lo creo. No necesariamente debes amar a la poesía para adorar a Rimbaud. Tan sólo debes tener el espíritu joven y mantener una incesante inquietud. A los 20 años ya había dejado de escribir y se embarcó en otras aventuras que no tenían nada que ver con la literatura. Como si hubiera odiado lo que alguna vez fue. Igual, en Una temporada en el infierno, ya lo había preconizado en uno de sus versos:
Viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre el empedrado de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas.
Por eso lo encontramos a los 32 años vendiéndole al rey Menelik II de Etiopía 2.040 rifles de percusión y 60 mil cartuchos de Remington. Durante muchos años se difundió una leyenda que Rimbaud se había ido al Africa subsahariana a vender esclavos. Esto no es cierto. Rimbaud se fue porque se odiaba y quería borrarse. Ni siquiera consiguió una fortuna, ni siquiera hay registros de que fuera feliz. Vivió grandes aventuras, como su visita a las pirámides de Egipto en donde, en alguna de las dos millones de piedras con las que está construida la pirámide de Giza, está marcado su nombre.
En Africa, uno de sus patrones, después de un corto viaje a Francia, se dio cuenta que Rimbaud había dejado un incendio en esa ciudad. La gente empezaba a hablar de su poesía mientras él pasaba difíciles momentos en Harar, la ciudad de Etiopía en donde vivió más tiempo. Al regresar le contó “Rimbaud, tu escribes poesía y eres famoso en tu tierra” El poeta, ahora convertido en traficante de armas, tan sólo encogió los hombros y murmuró con desdén “Ah, ¡Esa cosa!”. A los 35 años una herida se le infectó, perdió su pierna y regresó a morir a Francia. Pocos se enteraron de su regreso. Rimbaud ya había muerto muchas veces. Ya tenía el brillo de los fantasmas que caminan por la noche.
*Editor de Contenido