Por: Gema García Marcos*
En ‘Zensorialmente’, Bachrach aboga por desarrollar nuestra inteligencia sensorial a través de herramientas como la respiración. Bienestar Antonio Jorge Larruy, terapeuta especializado en meditación: «Vivimos en un estado neurótico que nos empuja a proyectar en el futuro o vivir anclados en el pasado sin disfrutar del presente». Doctor en Biología Molecular especializado en neurociencias, Estanislao Bachrach afirma que «no somos un cerebro que tiene cuerpo, sino un cuerpo que contiene un cerebro» y que «las sensaciones, a pesar de ser el aspecto más fascinante de nuestro sistema nervioso, es el menos entendido (y atendido)».
Tras años de dedicación a la investigación del cerebro, Bachrach comenzó a echar algo en falta, «una inteligencia sensorial que nos permita registrar y entender a nuestro cuerpo y su relación con el cerebro». En su nuevo libro, ‘ZensorialMente’, aboga, desde la solidez del conocimiento científico, porque «aprendamos a usar el cuerpo como herramienta de autoconocimiento, aplicando los ejercicios y las técnicas adecuadas para lograr un mayor desarrollo sensorial y entender, de esta forma, con más claridad lo que realmente nos importa para, de este forma, ser capaces de tomar mejores decisiones en la vida».
Estanislao Bachrach arranca aclarando que, desde el enfoque de la biología, «cuerpo y mente son lo mismo». Y añade: «La mente son los pensamientos que, hoy en día, son medibles. Son ondas eléctricas y la electricidad es igual a energía. El cuerpo está compuesto de materia y, si se le pregunta a un físico de qué está compuesta la materia, este responderá que de 0,001 de masa y de 99,99 de energía. Entonces, el cuerpo, que es materia, es energía. En definitiva, somos energía».
¿Qué información le transmite el cuerpo al cerebro? Y, lo más importante, ¿de qué nos puede servir aprender a leer esa información? «Antes de nada, me gustaría puntualizar que hablo de la sutileza de la información, no de lo evidente. No de nos duele la tripa o nos pica un brazo, sino de la información que nos brindan las sensaciones que se producen constantemente en nuestro cuerpo y que hablan sobre nuestro estado de energía, sobre cómo estamos respirando, sobre nuestra temperatura o sobre el movimiento que están produciendo nuestras vísceras».
Lo que los biólogos demuestran, subraya, es que, «a medida que uno aprende a fijarse en esas sensaciones, sin pensarlo, se desarrollan en el cerebro las llamadas áreas interoceptivas, receptoras de la información que envía el interior de nuestro organismo (cuando tiene sed, apetito, sueño, fiebre, ganas de orinar o experimenta excitación sexual, por poner algunos ejemplos). Se trata de la inteligencia del cuerpo, somática o sensorial, que no actúa de manera aislada de las otras inteligencias (la emocional, la racional, etc.)».
Su nuevo libro, básicamente, es «una guía para desarrollar la inteligencia sensorial, que nos permitirá: tomar mejores decisiones, porque seremos más inteligentes y nos conoceremos mejor a nosotros mismo, y generarnos más bienestar, porque aprenderemos a atender a nuestro cuerpo cuando nos vaya diciendo ‘por aquí, no; por aquí sí; descansa un poco; no lo llames; no reacciones, no contestes el WhatsApp, espera…’. Y toda esa información no es pensada, sino sentida».
La gente -asegura- «empieza a aprender a reconocer lo que siente a través de conceptos y de categorías -temperatura, tensión, etc.-, y, con la práctica, ya deja de ser necesario ponerle un nombre. Ya se sabe lo que se siente».
¿Cómo podemos desarrollar esa inteligencia sensorial de la que habla? «La herramienta con más evidencia científica, tal y como se demuestra por resonancia magnética nuclear, en el desarrollo de esta inteligencia es la meditación. La ciencia no deja lugar a la duda del impacto positivo que tiene la meditación, tanto en el cerebro como en el cuerpo. Y, dentro de la meditación que es un mundo gigante, la meditación de escaneo corporal es la que, en general, se utiliza para el desarrollo de esta inteligencia. Consiste en ir escaneando nuestro propio cuerpo para descubrir cómo se sentimos cada una de sus partes. Aunque, aparentemente pueda parecer sencillo, no lo es, porque nosotros hemos aprendido a pensar, no a sentir».
Según él, todos podemos meditar. «La meditación no significa no pensar, No se puede dejar de pensar, porque los pensamientos están siempre ahí. La meditación es observar qué está sucediendo en tiempo presente en algún lugar, que puede ser nuestra respiración, nuestro cuerpo o en los sonidos que nos rodea. Uno puede meditar observando los pensamientos que tiene en ese momento, sin criticarlos, ni juzgarlos».
Meditar no es obligatorio, pero es una herramienta que todos podríamos utilizar. «Es gratis, es de acceso masivo y que tiene un impacto directo en nuestro bienestar. ¿Nos cuesta, nos aburre, no nos interesa? Hay otras herramientas. Se puede bailar o realizar cualquier otra actividad física. O relajarse. Se puede respirar distinto».
Durante el día, asegura, «podemos meditar en pequeños micro momentos». ¿Para qué nos sirve? «Está más que demostrado que mejora la toma de decisiones y nos ayuda a buscar nuestro bienestar dentro de nosotros, en lugar de pasarnos la vida culpando lo de fuera de lo que nos pasa. Una mente preocupada contribuye a tener un cuerpo tenso y un cuerpo tenso contribuye a tener una mente preocupada. Cómo romper ese círculo vicioso depende de cada uno. A algunos les vendrá mejor hacerlo a través de la meditación, otros con ejercicios de relajación… Cuando se reduce la tensión del cuerpo, la mente también se relaja y los pensamientos cambian».
¿Por qué nos cuesta tanto mirar hacia adentro? «Como biólogo, creo que hay dos aspectos clave. Por una mera cuestión de supervivencia, en la evolución del ‘Homo sapiens’ se puso mucho más énfasis en lo que ocurría fuera que en lo que sucedía dentro de nosotros, en ‘cuidado con el leopardo; dónde hay comida; hay que encontrar un refugio…’ en lugar de en lo que le pasa al intestino, al páncreas, al corazón, al pulmón… Si se estudia el sistema nervioso, nos damos cuenta de que para el ser humano lo importante es no morirse, no ser feliz. La otra arista es la educación que, tradicionalmente, se ha centrado en la mente, el análisis, la lógica, los pensamientos. En definitiva, en lo racional. Creo que, en gran medida, la ‘culpa’ de todo esto la tuvo el hecho de que, hasta la década de los 90 del pasado siglo, en el ámbito de la ciencia se invirtió mucho más dinero en la investigación de todo lo relacionado con lo racional que en lo vinculado al ámbito de las emociones, cuyo impacto en nuestras decisiones es vital».
Más en El Mundo. Para el doctor Bachrach, «una de las sensaciones más evidentes que uno puede desarrollar rápidamente es la respiración. Respiramos todo el tiempo, pero, en general, no prestamos atención a cómo lo hacemos. Hoy, la tecnología permite demostrar que cada cambio en nuestra respiración, si lo hacemos de forma profunda o superficial; por la nariz en lugar de por la boca; centrándonos en el abdomen, en el pecho o las clavículas o la velocidad, tiene un impacto directo en nuestro sistema nervioso, que nos activa o nos relaja. El secreto radica en darse cuenta de ello».
Respirar por la boca, subraya, es muy malo. «Invito a todo el mundo a que observe el impacto que produce en sus vidas respirar de forma consciente por la nariz solamente, inspirar y expirar. En 15 días, vamos a poder experimentar cómo se duplica nuestro nivel de energía. Porque, aunque probablemente no hayamos reparado en ello, el mero hecho de respirar mal y de forma agitada por la boca nos cansa. En el libro hay un capítulo entero sobre la respiración en el que explico cómo introducir pequeños cambios en nuestra forma de respirar cambia nuestros estados de energía. Esto es pura ciencia, no una creencia ‘New Age'».
*Periodista. Asesora. Investigadora., Consultora