Por: Ignacio Vidal-Folch*
Una de las mejores respuestas que se le hayan podido dar a esta cuestión decisiva es la no respuesta en el impactante video del yugoslavo Rasa Todosijevic. Hace unos pocos años, pero fue poco antes del Covid, estando en viaje de trabajo pasé por Belgrado, me sobraban unas horas y por matar un rato me di una vuelta por el museo de arte contemporáneo, que es un edificio precioso, obra de unos arquitectos llamados Ivanka Raspopović e Ivan Antić, y se halla en medio del parque Ušće del municipio de Novi Beograd, cerca de la desembocadura del río Sava. Se veía en el parque a familias de camping, ciclistas, gente leyendo en los bancos… Una mañana deliciosa.
Entré. Entre muchas otras cosas interesantes quedé impresionado por un vídeo de cerca de quince minutos de duración. La cartela decía que era obra de Rasa Todosijevic, databa de 1978, y se titulaba «Was ist kunts, Marinela Kozelj?». O sea: «¿Qué es el arte, Marinela…?». Como me impresionó mucho, hablé de ella aquí hace cinco años, un poco de pasada. Me gustaría volver a ella deteniéndome más en sus significados y radiaciones.
Remisión al pasado. En el vídeo, del artista sólo vemos la mano y oímos la voz autoritaria, repitiendo una y otra vez la misma pregunta en alemán: «Was ist Kunst?» (¿Qué es el arte?). Mientras la mano amasa, pellizca, estira y maltrata de todas las formas que se le ocurren el rostro impasible de la modelo, la voz de Rasa va repitiendo la misma pregunta en diferentes tonos exigentes y autoritarios, hasta llegar a desgañitarse.
Desde luego, la pregunta se las trae: admite muchas respuestas, y todas siempre parciales y decepcionantes. De repente, ante la pantalla obsesionante del vídeo, había sido yo expulsado del entorno idílico y cultural, tan civilizado y grato, del parque y el museo para asistir a una especie de sesión de tortura «leve», que, por supuesto, en el imaginario colectivo de los yugoslavos, sólo por el idioma en que aquella única pregunta estaba formulada una y otra vez, remitía a los interrogatorios policiales durante la ocupación alemana, pero también a las prácticas policiales del totalitarismo del régimen comunista, y seguramente también era una alusión irónica a la incomprensión de los estamentos del arte «oficial» sobre las nuevas prácticas que los jóvenes artistas de entonces cultivaban, al margen de los dictados del realismo socialista. Pero los torturadores representados por el artista buscaban ahora una información que la impasible y apática Marinela, en el caso de que la conozca, no va a dar.
El éxito del vídeo llevó al autor a repetirlo varias veces «en vivo y en directo» en performances celebradas en centros culturales de diversos países. La representación es siempre la misma: de espaldas al público y frente a un micrófono en el que susurra, grita, reniega, suplica o ruega siempre la misma pregunta, Todosijevic maltrata el rostro impasible de la mujer, el rostro de Marinela, que por cierto era entonces su novia y una artista reconocida en su país. La cosa sigue hasta que el artista queda literalmente derrengado y a veces afónico. Y la «modelo», supongo, no menos exhausta y hasta magullada, después de haber sido interpelada de esa forma durante tanto rato. Puede entenderse la obra también como un alegato feminista sobre la dominación de la mujer por el varón, y otros analistas a los que luego he consultado señalan que este vídeo es como el final del camino del tema pictórico de «El artista y su modelo», siendo la modelo por definición una mujer y el artista un varón, tema en el que cuajan complejas relaciones psicológicas, entre el voyeurismo, el exhibicionismo, la dominación y la sumisión, la belleza y su representación, la cosificación y la exaltación del cuerpo femenino, etcétera.
Respuesta conocida. Pero yo creo que si tanto me impactó aquella obra, y si vuelvo a pensar en ella una y otra vez, no fue por todas estas cosas que sin duda están en ella, sino porque sospeché, empecé a sospecharlo ya entonces, en Belgrado, que la atónita y sufrida Marinela –que por cierto lleva el cabello peinado en un estilo pasado de moda, que confiere a la pieza un aire antiguo y hasta intemporal— en realidad sabe la respuesta a la pregunta que el intempestivo y colérico artista le plantea. Sabe la respuesta, pero no quiere darla. No quiere dármela: ¿por qué? ¿Piensa acaso que no soy digno de saberla? De todas formas, sucede lo mismo con todas las grandes preguntas: ¿quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, por qué estas cosas y no otras, por qué algo y no más bien nada, qué es el arte? No tienen respuesta. Rasa y Marinela realizaron aquellas performances y filmaron aquel vídeo cuando aún eran jóvenes. Lo entiendo como una escena de Chejov, en aquellos relatos que no tenían final, que quedaban abiertos. Ahora que son casi octogenarios, qué no daría yo por asistir a una repetición. Qué emoción si Marinela, después de tantos años de interrogatorio, musitase alguna palabra de respuesta, aunque fuese en serbocroata.
*Escritor. Periodista