Por: Hernando Pacific Gnecco*
Según una reciente publicación firmada por Benjamín Caballero, de John Hopkins University (Revista ALAN), la cantidad de adultos con sobrepeso en el mundo supera la escalofriante suma de 1900 millones, casi un 40% de los mayores de 18 años. Es sobrecogedor el dato en la población infantil; 42 millones de niños menores de 5 años tienen sobrepeso; se espera que para 2025 sean 70 millones. Más del 60% de la población con sobrepeso está en países con bajos ingresos, debido al mayor acceso a los alimentos de alta densidad calórica y bajo valor nutricional, los más económicos. En Suramérica, de 1980 a 2010 se duplicó el porcentaje de población en sobrepeso, pasando de 34 a 65%, con tendencia al alza.
¿Qué está generando esa complicada epidemia?
Hay algunos factores preponderantes, relacionados con el trabajo sedentario, género femenino, nivel socioeconómico bajo, estrés, tabaquismo o ingesta de alcohol, entre otros. Curiosamente, cuando algunas personas de estratos bajos mejoran sus ingresos, cambia el tipo de obesidad, de la subnutrición con exceso de peso a la obesidad; se le llama “la doble carga”, más frecuente en Centroamérica que en el resto del continente. El principal generador es el incremento en el consumo de alimentación no saludable: azúcares añadidos, harinas refinadas y grasas vegetales o animales saturadas o transgénicas: una trilogía letal.
La industria alimentaria es hija de la revolución industrial, el uso de motores a vapor y combustibles fósiles para maquinarias y vehículos, y las nuevas vías de comunicación. Entre los hitos más importantes aparecen la energía eléctrica, las fábricas azucareras, nuevas formas para conservar alimentos, aceite de girasol para cocinar, fabricación de neveras, bebidas gaseosas, estufas eléctricas, alimentos congelados y productos transgénicos, entre muchos otros. Paralelamente, las cadenas de comidas rápidas, las máquinas dispensadoras de alimentos empacados, los hornos microondas y otros más que desplazaron la comida hecha en casa por aquellas elaboradas en fábricas o restaurantes de cadena. Los Estados Unidos de la postguerra fue la cuna de esa revolución de vida opulenta (alto poder adquisitivo y máquinas baratas que reemplazaban el trabajo humano facilitando la comodidad hogareña, incluyendo la televisión) que rápidamente se extendió por todo el planeta; sumados el sedentarismo, el tabaquismo creciente, el alcohol, las drogas, el estrés y la inadecuada alimentación (bajo consumo de frutas y verduras, carnes rojas y grasas saturadas en demasía, carbohidratos desmedidos, frituras y exceso de calorías, principalmente). Las secuelas no se hicieron esperar. Causa escalofríos la revisión de las etiquetas de alimentos industriales que derivaron de esa ola y las nocivas combinaciones de azúcares añadidos, carbohidratos excesivos y grasas saturadas o transgénicas de los alimentos callejeros, especialmente las frituras.
¿Cómo contrarrestar esta destructiva epidemia y sus secuelas?
Es una tarea de todos; los gobiernos tienen tareas inaplazables: educación escolar, mejorar el poder adquisitivo de las familias mediante el empleo digno, protección de la alimentación escolar, fomento de la actividad física, etiquetado e impuestos a los alimentos ultraprocesados con grasas vegetales, cuestionados preservantes y saborizantes, y azúcares añadidos. La industria debe reformular y proveer mejores insumos y productos; no todo es dinero a ultranza. Las familias deben fomentar hábitos saludables. Las autoridades sanitarias deben revisar la anticuada pirámide nutricional y hacer campañas pedagógicas intensas. La tarea es hercúlea y toca iniciar ya.
Apostilla: Mi buen amigo, Vicente Rodríguez, brillante otólogo y filólogo de vocación, me recrimina el uso de la palabra “epidemia” en la pasada columna, aplicable clásicamente a enfermedades transmisibles o contagiosas. Apreciado Argos: la OPS define epidemia como el aumento inusual de casos de una enfermedad determinada en una población específica en un periodo determinado; no discrimina entre enfermedades transmisibles o no. La RAE no menciona a las infecciones en su definición de epidemia. Concluyo que ambas formas gramaticales son actualmente aceptadas. Dicho lo anterior, encuentro que los especialistas usan unánimemente el término “Epidemia de obesidad” para mencionar el preocupante incremento de esa patología y su impacto tanto en la salud individual como en la salud pública.
*Hernando Pacific Gnecco. hernandopacific@hotmail.com – Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Columnista
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