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Por: Fernanda Pérez Sánchez*

Exploramos la obra de Juan Rulfo para recuperar algunos de sus fragmentos más fascinantes, aquellos que revelan su grandeza. Pedro Páramo es una novela corta, pero su riqueza es inmensurable. En el tiempo en el que fue publicado (1955), la estructura no lineal que fusionaba la narración en primera persona en las voces de diferentes personajes y, a su vez, un narrador omnisciente, fue novedosa y sumamente influyente para la literatura en español de los años siguientes. Pero más allá de este legado, hay algo que hace de la historia creada por Juan Rulfo una única en su tipo: el habla “Rulfiana”, aquella que todos los mexicanos hemos escuchado alguna vez en algún mercado, en algún pueblo, de nuestras abuelas o nuestros abuelos.

El universo del escritor originario de San Gabriel, Jalisco, está repleto de personajes con expresiones y descripciones audaces, algunas poéticas, otras incluso rayan en la sabiduría. Aunque él mismo solía decir que Pedro Páramo requiere más de una lectura para entenderlo, desde ese primer fragmento en el que Juan Preciado acepta ir en búsqueda de su padre a Comala porque su madre “estaba por morirse” y él “en plan de prometerlo todo”, es imposible no terminar capturado por el estilo único de su autor.

Con motivo del próximo estreno de la adaptación de Netflix, nos sumergimos en las páginas de Pedro Páramo para hallar algunas de sus frases más memorables, aquellas que revelan su grandeza.

Sobre la sagacidad y sabiduría de sus personajes. En una conferencia sobre literatura mexicana llevada a cabo en 2016, el periodista Juan Villorio se refirió a Pedro Páramo: “En su novela, Rulfo reinventó el lenguaje cotidiano al construir una realidad alterna; nunca un campesino mexicano ha hablado como un campesino de Rulfo, pero jamás ha sido tan genuino como un campesino de Rulfo”, puede que no haya forma más acertada de describir el habla vulnerable de estos personajes que cargan, sobre todo, con tristezas y añoranzas.

Estas frases lo comprueban: Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.

Sólo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo.

¿Por qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación? Qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, o cien palabras si éstas fueran necesarias para salvar el alma. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno?

Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.

Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo.

Este mundo, que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí y allá, deshaciéndonos en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre.

No dejes que se te apague el corazón.

Pero ¿por qué las mujeres siempre tienen una duda? ¿Reciben avisos del cielo, o qué?

Yo sé medir el desconsuelo, don Pedro. Y esa mujer lo cargaba por kilos.

Estoy comenzando a pagar. Más vale empezar temprano, para terminar pronto.

La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas.

Dicen que los pensamientos de los sueños van derechito al cielo. Ojalá que los míos alcancen esa altura.

Sobre el dolor de Dorotea. Quizá uno de los personajes más dolorosos de toda la novela es Dorotea, esa mujer que vaga por Comala con un molote al que carga y arrulla como si fuera el hijo que nunca pudo criar. Sin un hogar y sin porvenir, Dorotea se abandona a la muerte, donde se encuentra con Juan Preciado.

¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido

En el cielo me dijeron que se habían equivocado conmigo. Que me habían dado un corazón de madre, pero un seno de una cualquiera.

Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos.

Ya de por sí la vida se lleva con trabajos. Lo único que la hace a una mover los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido…

Cuando me senté a morir, ella rogó que me levantara y que siguiera arrastrando la vida, como si esperara todavía algún milagro que me limpiara de culpas. Ni siquiera hice el intento: «Aquí se acaba el camino —le dije—. Ya no me quedan fuerzas para más». Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.

Las descripciones de Comala. En medio de toda la tristeza arraigada a las historias de los protagonistas, la belleza de Comala destaca por sí sola gracias a las poéticas descripciones con las que Juan Rulfo logró trasladarnos a este pueblo ficticio.

Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.

Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.

En cuanto oscurece comienzan a salir. Y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría un pedazo de padrenuestro. Y eso no les puede servir de nada. Luego están nuestros pecados de por medio. Ninguno de los que todavía vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza. Y la vergüenza no cura.

El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso. Estuvo un rato allí desfigurada, sin dar ninguna luz, y después fue a esconderse detrás de los cerros.

Sobre Susana San Juan. Susana San Juan, el eterno amor de Pedro Páramo, es un misterio para todos los que se han aproximado al trabajo de su creador. Representa muchas cosas y se le conoce a través de la voz del protagonista, pero también, a través de los ambiguos recuerdos que ella misma relata al lector. Las aproximaciones a esta mujer de “ojos aguamarina” son algunos de los fragmentos más bellos del libro.

A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras

Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti.

Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague.

Él creía conocerla. Y aun cuando no hubiera sido así, ¿acaso no era suficiente saber que era la criatura más querida por él sobre la tierra? Y que además, y esto era lo más importante, le serviría para irse de la vida alumbrándose con aquella imagen que borraría todos los demás recuerdos.

¿Pero cuál era el mundo de Susana San Juan? Ésa fue una de las cosas que Pedro Páramo nunca llegó a saber.

¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?

Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Coordinadora Digital Vogue México

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