Por: Saúl Alfonso Herrera Henríquez*
Será siempre de buen recibo tratar con objetividad los hechos históricos como el entorno político y social vigente, los cuales se muestran normal y rápidamente cambiantes, bien por que giran siempre alrededor de los personajes del momento, adversarios de turno, miembros de las fragmentada oposición indecisa y de políticos del gobierno en el poder. Se trata, camino a exámenes serios y proyecciones validas, de recoger las particularidades políticas y sociales, el análisis de los vericuetos de los propósitos políticos, los avances y los retrocesos, así como las pausas estratégicas; que las figuras de relevancia o de personajes laterales que aparecen de modo reiterado y cuya interrelación va configurando progresivamente las claves del análisis histórico en ruta a sopesar la validez o no de actuaciones y posibles aportes o decepciones.
No nos detenemos a ver cuál es realmente la relación de los actores con los intereses que persiguen ni con lo correctamente político, lo que debe y tiene que ser una condición inamovible de la acción política, más cuando demostrado está que ningún movimiento político dura para siempre; ningún régimen político es eterno, aunque así pueda parecerlo a quienes viven bajo su dominio, en la afirmación también demostrada que lo épico tiene distintas formas de manifestarse e irremediablemente llega a un fin y muta en otra cosa, que en muchos casos es algo diametralmente opuesto.
Es detenernos en la consideración general de los hechos; en el complemento sobre situaciones particulares, cuestiones personales, intimidades, detalles oportunos, selección de personajes principales y secundarios y su apreciación pertinente y precisa, capturar momentos decisivos de los acontecimientos. Entender en todo caso que el poder mal concebido y malsanamente aplicado siempre degenera; de ahí que la grandeza del hombre, así se afirma, estriba en ser un puente, no un propósito. Normalmente, error craso, desertamos de la historia y nos conformamos con la noticia, lo que ocurre de manera ostensible, ya que mientras se viven los procesos políticos, sobre todo los que son agitados y marcan cambios relevantes en la sociedad, olvidamos en ese transitar que más pronto que después la noticia se hace vieja y queda incólume la historia.
Si bien la necesidad que haya un poder es tangible, la atribución del poder es arbitraria, lo que no debe ser, puesto que, al serlo, como vemos sucede, el poder termina por acabarse. El prestigio, la ilusión, está así en el corazón mismo del poder, al recaer sobre la relación entre actividades humanas. Un poder, para ser estable, debe aparecer como algo absoluto, intangible para aquellos que lo ejercen y para quienes le están sometidos, lo que realza una vez más que la relación complicada entre política y verdad es un asunto crucial de la configuración y el ejercicio del poder y que el líder político, sobre todo si está en el poder, siempre pretende tener la razón, hasta rendir al contrario.
*Abogado. Columnista. Especializado en Gestión Pública. Derecho Administrativo y Contractual. Magister en Derecho Público. saulherrera.h@gmail.com