Por: Hernando Pacific Gnecco*
Por estos tiempos se ha extendido el mundo de los gurús de la alimentación; científicos realmente formados, estructurados, expertos y evolutivos pierden audiencia y relevancia frente charlatanes engañabobos, algunos sin estudios ni experiencia, y otros profesionales de la salud que se presentan como versados en áreas que conocen superficialmente y que, apoyados en estupendas campañas de marketing, logran supremacía en las plataformas virtuales; monetizan accesos a las plataformas, conferencias y venta de libros, cursos y hasta tratamientos “prodigiosos” que resultan en fracasos peligrosos.
En el mundo académico preocupan las afecciones que los aventureros en el campo de la alimentación pueden causar a sus clientes (que no pacientes); teorías absurdas con dudosa base científica generan “dietas” universales que aplican a todos sus clientes (cada persona es un mundo cambiante), las ponen de moda y cuando los malos resultados apareen cambian de escenario y reaparecen con otras “novedades”. La salud no debe tomarse como un juego. Un ejemplo es la famosa dieta paleo, supuestamente basada en lo que comían nuestros ancestros de la era paleolítica, antes del desarrollo de la agricultura: alimentación de cazadores y recolectores: huevos, semillas, peces, verduras, carnes magras y poco más. La “verdad” se les derrumba cuando la investigación demuestra que hace 780.000 años, durante el pleistoceno, los homínidos procesaban vegetales ricos en almidón; la alimentación de nuestros antepasados de entonces era mucho más rica y variada de lo que proponen los cultores de esa manera moderna de comer.
¿Qué muestra la evidencia? El análisis de algunas herramientas de percusión (yunques y martillos de basalto) recientemente encontradas en Israel permitió determinar y clasificar más de 65 granos de granos de almidón incrustados en ellas; restos de bellotas, castañas, semillas de leguminosas y otras plantas de distintos lugares geográficos asociadas a las herramientas permite concluir que procesaban alimentos y que sus capacidades cognitivas eran avanzadas. Cae el así mito del hombre carnívoro; se deduce que los carbohidratos, necesarios en nuestra alimentación, influyeron en el desarrollo del cerebro primitivo, atendiendo las mayores demandas de energía en un sistema nervioso evolutivo y en crecimiento. Las dietas paleo y keto idealizaron erróneamente el pasado alimentario; ¿cómo seguir sustentando dietas basadas en ficciones, en informaciones imaginarias?
Hablando de la dieta keto, en teoría parece una alimentación sana; grasas saludables, proteínas y pocos carbohidratos, buscando que la fuente de energía de nuestro organismo sean las grasas y las proteínas. La palabra keto se asocia a un estado causado por este tipo de alimentación denominado cetosis, esto es, el acúmulo de cetonas, que servirán como combustible a cambio de la glucosa. Por ello, los gurús de esas dietas prohíben las frutas, tubérculos y cereales; se debería ingerir diariamente 60% de grasa, 35% de proteína y un 5% de carbohidratos. Este tipo de alimentación puede generar situaciones peligrosas para la salud como aumento del colesterol, trastornos gastrointestinales por el exceso de grasa, deficiencias nutricionales de fibra, vitaminas, cetoácidos (de alto riesgo para pacientes con diabetes de tipo 1) mientras acelera el envejecimiento de órganos como el cerebro o el corazón; eso afirma la American Hearth Association ¿Funciona? Sí, pero por corto tiempo para reducir el peso corporal o mejorar la condición en casos de diabetes incipiente o prediabetes. La evidencia indica que esta dieta no está recomendada para ninguna enfermedad ni como tratamiento distinto a la epilepsia relacionada con fármacos, su propósito original.
Y así podríamos seguir con infinidad de “dietas milagrosas” que en realidad no son más que modas muy rentables económicamente. En las facultades de las ciencias de la salud se dice que las dietas deben ser suficientes, completas, equilibradas y adecuadas, entre otros factores. La alimentación correcta debe incluir macronutrientes (grasas, proteínas y carbohidratos), micronutrientes (vitaminas, minerales, oligoelementos, aminoácidos esenciales, ácidos grasos poliinsaturados (omega 3), carotenoides, flavonoides y polifenoles), prebióticos y probióticos. Las dietas paleo y keto no cumplen con estos requisitos elementales; nuestro organismo está diseñado para comer todo lo que la naturaleza provee.
*Médico Cirujano. Especializado en Anestesiología y Reanimación. Docente Universitario. Conferencista. Columnista