Por: Mario de las Heras Blanco*
Varias veces se escapó de casa hasta el día en que ya nadie pudo hacerle volver, cuando decidió dejarse llevar por «el desarreglo de los sentidos». Arthur Rimbaud era un niño obediente y brillante. Tan brillante que causaba asombro. Leía de forma fantástica como fantástica era la niña con poderes Matilda de Roald Dahl. Lo que sucedió es que pronto empezó a aburrirse de todo, salvo de la literatura. Con 16 años ya había publicado poemas que en los círculos parisinos (él nació y vivía en la provinciana Charleville) ya producían rumores de grandeza. Era el mismo asombro que el de sus profesores, pero el asombro que había penetrado aún más en las almas de sus vanguardistas lectores. Victor Hugo le llamaba el «Shakespeare joven». Fue por los versos cuya técnica dominaba como Mozart las teclas de un clavicordio donde se adentró, después de sucesivas decepciones ideológicas y activistas (en la comuna de París), sin querer saber nada más del mundo.
La poesía como un paraíso artificial en el que ahondó hasta los límites más radicales. Decidió olvidarse de la métrica, metáfora de las reglas y convenciones, para viajar sobre el verso libérrimo que empezó a ser también su vida de bohemia extrema. Varias veces se escapó de casa hasta el día en que ya nadie pudo hacerle volver, cuando decidió dejarse llevar por «el desarreglo de los sentidos», una suerte de tortura de experimentación disoluta.
*EL MAL.
Mientras que los gargajos rojos de la metralla / silban surcando el cielo azul, día tras día,/ y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe / se hunden batallones que el fuego incendia en masa;/
mientras que una locura desenfrenada aplasta/ y convierte en mantillo humeante a mil hombres;/ ¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,/en tu gozo, Natura, que santa los creaste,/
existe un Dios que ríe en los adamascados/ del altar, al incienso, a los cálices de oro,/ que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas/ a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.
*MI BOHEMIA FANTASÍA.
Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos… / mi chaleco también se volvía ideal,/ andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel! / ¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!
Mi único pantalón era un enorme siete./ ––Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso/ rimas Y mi posada era la Osa Mayor./ ––Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú. / Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo / el rocío en mi frente, como un vino de vida.
Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,/ tensaba los cordones, como si fueran liras,/ de mis zapatos rotos, junto a mi corazón.
Empezó a escribir las visiones de los distintos sufrimientos y vicios a los que se sometía, enloquecido el prodigio en el vagabundeo y la poesía radical. Su novedad simbolista entusiasmó a los poetas modernos hasta el punto de la obsesión de Verlaine, quien abandonó a su familia para llevar una vida escandalosa y exhibicionista junto el joven que «solo» continuaba desarreglando los sentidos. Aún no lo sabía, pero era el fin. Él mismo se había abocado al callejón sin salida del que no salió indemne, y tampoco la poesía francesa, pero en sentido contrario. Mientras su arte se elevaba hasta las estrellas y más allá (Iluminaciones), su persona se hundía en los infiernos de los que terminaba de escribir (Una temporada en el infierno). Lo que sucedió es que llegó al final del escenario, como Truman en su show, y descubrió que ya no podía haber más idealismo.
*MAÑANA.
¿No tuve acaso una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de escribirse en hojas de oro? —¡Demasiada suerte! ¿Por culpa de qué crimen, de qué error, me hice merecedor a mi debilidad actual? Vosotros que sostenéis que las bestias sollozan de pena, que los enfermos desesperan, que los muertos tienen pesadillas, intentad relatar mi sopor y mi caída. Porque en cuanto a mí, yo ya no puedo expresarme más que como el mendigo con sus continuos Pater y Ave María. ¡Ya ni siquiera sé hablar!
No obstante, hoy por fin, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era sin duda el infierno; el antiguo, aquel donde el hijo del hombre abrió las puertas.
Desde el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos cansados se despiertan a la estrella de plata, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del nuevo trabajo, de la nueva sabiduría, la huida de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar —¡los primeros!— la Navidad sobre la tierra?
¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.
*EXTRACTO DE ADIÓS (UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO).
— A veces veo en el cielo playas sin fin cubiertas de blancas naciones alegres. Un gran navío de oro, por encima de mí, agita sus pabellones multicoles bajo las brisas de la mañana. Creé todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intenté inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Hasta creí haber adquirido poderes sobrenaturales. ¡Pues bien! ¡Ahora debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Bella gloria de artista y de narrador desperdiciada! /
¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral, ¡ahora soy regresado al suelo, con un deber por buscar y la rugosa realidad por estrechar! ¡Campesino! /
¿Me equivoqué? ¿La caridad será en mi caso hermana de la muerte? /
En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y sigamos. /
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde conseguir ayuda?
Dijo adiós (Adieu)y dejó de escribir para siempre mientras se hizo contrabandista y comerciante en Indonesia y África, donde hizo fortuna, su nueva meta. Era su periplo real y no poético, quería hacer dinero para redimirse de su vida pasada, volver a casa y vivir como un hombre normal, con costumbres normales junto a su familia, al tiempo que sus versos le convertían en una celebridad en un mundo al que ya no pertenecía y al que solo pudo volver enfermo para morir con 37 años (que habían sido unos pocos años de poesía antes de siglos de alucinaciones) después de recibir confesión por deseo propio.
*Licenciado en Derecho. Master en Periodismo. Comunicador Social. Redactor Cultural