Por: Ec. Omar Escobar
El país económico puede mejorar, pero el país social, esta mediado por el odio y la estupidez, al final se convierte en un círculo vicioso porque un país inculto es la antesala de la desaparición de cualquier civilización.
¿Habrá futuro? Muchos le apuestan a eso y considerando lo antes expuesto, un futuro próspero para este país, es inviable. Aquellos que esperan la redención derivada de un grupo político, están equivocados. En todos los grupos políticos, hay un espacio para los energúmenos, caracterizados por la intolerancia, el espíritu vengativo y la total ausencia de razonamiento. La ideología acomodada de estos, subyace al conflicto. Ante la ausencia del pensamiento crítico, la confrontación y la violencia física, es su manifestación.
Es innegable que las familias y sujetos de gran influencia en la vida política de un país, están ligadas a las decisiones de Estado. De allí que muchos gobiernos han ejercido monopolio de poder, monopolio de fuerza, incluso maquiavélicamente. El surgimiento de una elite conlleva a crear su contraparte, y generalmente son las mayorías sin poder político pues no son representativos sino en elecciones, sufriendo las consecuencias más crueles hasta su desaparición física sin esclarecer. Un estudio de la Universidad Santo Tomás refiere “que el poder significa conflicto y disputa con los grupos subalternos e incluso con otras élites que no están en el centro de los círculos del poder o bien con aquellas que Fals Borda (1967) llamó antiélites que son esos sectores del poder que actúan en contravía de aquellas.
Esos grupos subalternos que no tienen la posibilidad de expresarse o defenderse, no les queda sino invocar a la paz y reconciliación que contrasta brutalmente con la posición de las elites que reclaman políticas férreas de seguridad bajo un estado militarista. Este contraste se puede ver cuando la familia del joven Dilan Mauricio Cruz, dijo en un comunicado que no quieren que “Dilan se convierta en un motivo más de agresividad en ninguna parte”. Tampoco nadie reclama justicia por la terrible violencia transfóbica que arrebató la vida de Sara Millerey González, una mujer trans de 32 años, que fue torturada y asesinada en el municipio de Bello, Antioquia. En estos episodios se reflejó la crueldad en contra de los indefensos, la homofobia por parte de quienes ostentan poder, con un arma o con la palabra, como cuando Espriella y Paloma Valencia, antes que defender a la víctima defendían al victimario del caso Dilan.
Los tales valores éticos o morales son invertidos, se ajustan a las conveniencias de clase; es cuando la impunidad prospere, mientras que las verdaderas víctimas quedan relegadas al olvido. Es la historia de Colombia, marcada por un legado de violencia política en la que todos sus miembros -elites y subalternos- terminan siendo víctimas de un sistema construido por las primeras y aceptado por los segundos.
Frente a estos hechos quedan dos caminos, el primero, un llamado a la reflexión para disminuir la polarización política, disminuir la brecha económica y social entre elites y subalternos… aunque irónico, pero estratégicamente necesario para la supervivencia como país. El segundo, la realidad del momento, si no para, nos llevará a la confrontación permanente, prolongada donde las oportunidades perdidas son la constante en países tercermundistas.