tomas tarazona ramirez-Periodista de investigación con Énfasis en Conflicto, Memoria y Paz

Por: Tomás Tarazona Ramírez*

Los pueblos que habitan las montañas costeras más altas del mundo diseñaron un proyecto que, además de fortalecer una cultura indígena amenazada por la extinción física y cultural, es impulsado por las mujeres que también luchan para defender la Sierra. Una apuesta de inclusión de género y luchas indígenas busca que salvar la Sierra pueda ir de la mano con mujeres y arraigo cultural. La Madre Tierra les dio permiso, una vez más, a los cuatro pueblos indígenas que habitan la Sierra Nevada para servirse de ella y cumplir su tarea de cuidar el medio ambiente y continuar su legado étnico. Solo que esta vez un factor en la ecuación cambió: quienes lideran el nuevo proyecto son mujeres, las mismas que en el pasado estaban a cargo de las artesanías y los hijos. Hoy, esas mujeres indígenas tienen en sus manos un proyecto de café que, más que empoderarlas y cambiar roles de género históricamente asignados, contribuye a salvar del exterminio físico y cultural a sus pueblos.

En el corazón de la Sierra Nevada, entre la frontera de Magdalena y La Guajira, empieza a tomar fuerza una apuesta con enfoque étnico y rostro de mujer para lograr dos tareas que los arhuacos, kogui, kankuamos y wiwa tenían pendientes desde hace mucho: lograr el desarrollo económico sin afectar la cultura ancestral y persistir en el tiempo a pesar de las amenazas que desafían su vida en las montañas costeras más altas del mundo.

El emprendimiento hoy está compuesto en un 80 % de mujeres indígenas que sueñan con convertirse en futuras lideresas que pasen a ser parte de la historia oral de la Sierra por haber salvado a sus comunidades. Además, genera 16 empleos directos, beneficia a las cuatro etnias de la Sierra, tiene seis comercios (en Bogotá y Santa Marta) y logra producir cosechas de al menos 10.000 kilogramos.

“Decidimos que vamos a tener un futuro diferente y así lo estamos haciendo. Como mujeres ya no dependemos de los hombres, como los padres, esposos o hermanos, ahora bajamos de la Sierra y luego de estudiar, volvemos a la comunidad a retribuir todo”, comenta Consuelo Gil, una joven wiwa y kogui que lideró durante cuatro años Amorigen.

Coincidencia perfecta. En 2021, la casualidad y la Ley de Origen (código ancestral que rige la cosmovisión y comportamientos) de los pueblos étnicos se juntaron de la manera más remota posible. Los indígenas de la Sierra veían con preocupación que tras tantos años de resistencia, la cultura que durante décadas protegieron empezaba a desvanecerse. A falta de condiciones mínimas, los más jóvenes abandonaban las montañas y probaban suerte en las ciudades. Los mamos (líderes comunitarios) alertaban que en poco tiempo tendrían que desplazarse, pues la tierra mostraba síntomas de “enfermedades desconocidas” al referirse al cambio climático y el deshielo del nevado. Y como si fuese poco, los hermanos menores (como llaman los indígenas de la Sierra a la civilización occidental) incursionaban de vez en cuando en su territorio y dañaban la armonía entre ellos y su territorio. Sin jóvenes, agua que nutra sus cosechas y la tranquilidad en sus tierras, era solo cuestión de tiempo que el cronómetro empezara su cuenta contrarreloj para ver a los indígenas extinguirse.

“Empezar Amorigen fue toda una casualidad. Una tarde vimos un joven indígena vendiendo sus mochilas en la carretera y le propusimos hablar con sus superiores y crear un proyecto que, hecho, manejado y que los beneficia a ellos, se ha convertido en una apuesta sostenible, con enfoque étnico, presencia en ciudades importantes, redes sociales y que demuestra que los pueblos indígenas sí pueden tener desarrollo económico y enseñanzas valiosas que contar al mundo”, comenta Jhon, uno de los hermanos menores que juntó los conocimientos empresariales y ancestrales para crear el proyecto.

Amorigen no solo es un emprendimiento comercial; es una oportunidad que los indígenas de la Sierra tienen para sobrevivir a las dificultades que han vivido como pueblos étnicos y, además, de soñar con que sus mujeres lleguen a plazas importantes, justo como Leonor Zalabata, la arhuaca que se convirtió en la primera mujer indígena en la historia del país en tener un asiento en la Asamblea General de las Naciones Unidas representando a Colombia.

El proyecto tiene un efecto bilateral: mientras les ofrece sustento económico para sobrevivir y costear productos necesarios para la vida, muestra la cultura indígena a otras latitudes del país y pone sobre la mesa la necesidad de que se protejan las luchas indígenas que existen desde hace décadas, especialmente los liderazgos de las mujeres, que en pocas palabras, sostienen los hilos comunitarios, familiares y de resistencia en estas comunidades.

La Comisión de la Verdad, por ejemplo, documentó en su Informe Final que los pueblos étnicos en Colombia, a causa de la guerra, los procesos extractivos o el cambio climático, están al borde de extinguirse física y culturalmente; tanto así que de 115 comunidades que viven en el país, al menos 64 de ellas corren el peligro de perecer en los próximos años.

Para los cuatro grupos de la Sierra, la situación no es ajena. Sus integrantes tuvieron que vivir, por mencionar solo un caso, la Comisión Capuchina que se encargaba de evangelizar y desarraigar de sus conocimientos a “los desgraciados que viven en las tinieblas de la ignorancia”, según las palabras del obispo de la época. Eso sin mencionar los desplazamientos y despojos de tierra que trajo la bonanza marimbera y la guerra.

Modelos indígenas. Amorigen supone reconstruir los caminos que durante siglos han recorrido los indígenas en su historia sin alterar la sagrada Ley de Origen, que es el mandato divino según el cual se rigen y actúan a diario. Antes, cada una de las familias de las comunidades cosechaba sus productos para el consumo propio y, con los productos sobrantes hacían trueque para conseguir insumos mínimos de supervivencia, como sus tradicionales atuendos blancos u otros alimentos de la canasta familiar.

En muchas ocasiones intentaron arriesgarse y salir de la Sierra para enfrentarse a la selva de cemento en las ciudades. Pero el resultado no era positivo. Los indígenas estaban supeditados a la oferta y la demanda del comercio y por productos que tardaban meses en cosechar y aún más en sacar del territorio recibían apenas lo necesario. Uno de los resguardos, en Dibulla, La Guajira, ilustra lo difícil de intentar comerciar, pues para salir de allí una persona debe transitar durante 12 horas a lomo de mula hasta llegar a la ciudad más cercana. Y mientras tanto en los resguardos, las necesidades continuaban.

“Tuvimos que presenciar la viveza de los colonos y negociar con precios injustos. Lo valioso del proyecto es que somos nosotros mismos los que cosechamos, cultivamos, distribuimos y vendemos en los puntos”, comenta Camilo, uno de los líderes del resguardo Kogui-Malayo-Arhuaco, ubicado entre dos ríos ancestrales a la falda de la Sierra.

El proyecto, aunque inicialmente estaba abierto para todos los integrantes que quisieran sumarse, empezó a tomar un rostro femenino. Las mujeres entendieron que su aporte en la comunidad también se podía reflejar a través de Amorigen y, sin dudarlo, hablaron con sus esposos y los mamos de la comunidad para obtener luz verde y luchar por el desarrollo económico indígena.

Consuelo, por ejemplo, es la primera mujer en la historia de su comunidad en bajar de la Sierra, estudiar y liderar procesos productivos que se ven retribuidos directamente en el bienestar de su familia y todos los demás indígenas de la región. Hoy, gracias a haber tomado la decisión de apostarle al desarrollo con enfoque de género, cuenta con tres certificaciones técnicas y encabeza proyectos de turismo. Frente a un higuero, el árbol ancestral de más de 300 años, Consuelo contó la historia de cómo empezó Amorigen y cómo ha beneficiado a los pueblos hermanos. “Con el proyecto adquirimos una figura y un rol diferente al que hemos tenido históricamente de tener hijos, maridos y hacer tejidos y sentimos orgullo de ser indígenas, de usar nuestros atuendos y mostrar nuestra cultura al mundo”, explica Consuelo.

Frente a un higuero, el árbol ancestral de más de 300 años, Consuelo Consuelo Gil, una joven wiwa y kogui, contó la historia de cómo empezó Amorigen y cómo ha beneficiado a los pueblos hermanos.

Exportar la cultura. Cada cosecha de café conlleva una ofrenda a la Madre Tierra. Sin ella, cuenta Consuelo, el proyecto no sería viable y sus sueños de lograr el desarrollo económico tampoco tendrían sentido. Según dicen los sabedores, la misión de los cuatro pueblos de la Sierra es solamente uno: proteger la naturaleza y mantener la armonía con el territorio. Con eso en mente, Consuelo y los demás integrantes de Amorigen empezaron a buscar nuevos aliados no solo para vender su café, sino para exportar su cultura al resto de Colombia. Entendieron que el mejor modelo de negocio posible era uno en el que fueran los indígenas y las mujeres de la comunidad se encargaran de atender al público y mostrar rasgos culturales. “Aunque encontramos aliados y solo algunos de nosotros somos la cara visible del proyecto, detrás están todas las familias y comunidades trabajando por el desarrollo. Cada cosecha tienen muchas horas de esfuerzo; y cada tejido involucra las manos de muchas mujeres ganándose el sustento y luchando por la misma causa”, acota.

Al proyecto empezaron a sumarse empresas privadas que, convencidas del impacto social de Amorigen, abrieron espacios en sus comercios para mostrarle al mundo la cultura indígena y, de manera indirecta, apoyarla en sus luchas de desarrollo. El primero en sumarse fue la cadena de hoteles Marriott, que tiene una afluencia de al menos 60.000 turistas anuales. Luego se sumó a la fórmula Alfaix, un reconocido restaurante de la ciudad costera. Mercure, otra cadena hotelera que tiene presencia en Santa Marta y otras siete ciudades de Colombia, propuso un negocio diferente a los indígenas de la Sierra: incorporar a sus suites, buffet y recordatorios, productos elaborados por indígenas en la Sierra a la vez que cuenta en pequeñas tarjetas la historia detrás de cada producto o artesano. Gracias a este tipo de alianzas, por ejemplo, los indígenas han logrado dar a conocer su historia a miles de extranjeros que pasan por los pasillos del hotel y, según contó Mónica Aguilar a El Espectador, ser aplaudidos por mostrar un emprendimiento de con lente étnico, inclusivo y que le apuesta al desarrollo de las comunidades. El proyecto hoy beneficia directamente al menos a 200 personas y tiene miras de lograr un futuro sostenible y con ingresos estables para los indígenas.

Hoy, Amorigen es una empresa hecha, sostenida y proyectada a futuro por indígenas. Aunque, a diferencia de otros comercios, no buscan hacer de la compañía un sistema masivo que dañe la naturaleza o afecte la armonía entre los indígenas, hay quienes creen que la cultura étnica puede crecer aún más y ofrecer más oportunidades a sus mujeres, como por ejemplo exportando el café y la cultura indígena de la Sierra a otros países en el futuro.

Al hacer una evaluación de lo que han logrado como un emprendimiento indígena y con enfoque de género, Consuelo asegura que la meta, poco a poco, se está cumpliendo. “Crecimos viendo a Leonor Zalabata como una referente de que sí podemos llegar a lo más alto cuando nos unimos como hermanos. Pero cada proceso es diferente y nosotras tenemos la satisfacción de haber logrado desarrollo económico, pero también ofrecer reconocimiento a mujeres y hombres que en el pasado no eran vistos por el resto del mundo”, concluye.

En los pueblos de la Sierra no hay libros de historia, ni biografías escritas que documenten los hitos más importantes de cada etnia en el territorio. Pero Consuelo, sin duda, sabe que el proyecto pasará a ser parte de la historia oral de los indígenas, pues Amorigen demostró que sí se puede salvar la naturaleza, luchar por el desarrollo y lograr que las mujeres cambien su futuro y el de sus comunidades.

 *Periodista de investigación con Énfasis en Conflicto, Memoria y Paz. ttarazona@elespectador.com

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